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martes, 3 de agosto de 2010

"Nos quedamos aquí para vivir de lo que da la tierra" 1







En un país cuyos gobiernos tradicionalmente han desatendido las demandas sociales del campo, la vida en las comunidades indígenas y campesinas es dura. Sin embargo, la gente se da formas y encuentra nuevas opciones para mejorar sus condiciones de vida. Este es el caso de Condorahua, comunidad campesina ubicada a tres horas de Quito (capital del Ecuador), en la que habitan 80 familias, 36 de las cuales conformaron el grupo de mujeres “Compartiendo una Esperanza”, con el propósito de eliminar el uso de químicos en la producción agrícola y desarrollar prácticas agroecológicas, respetuosas del conocimiento ancestral, del ambiente y del ser humano.

“Con el apoyo de Swissaid, y gracias a las giras de observación que hemos hecho por varias provincias del país, nos dimos cuenta que estábamos procediendo mal. Aprendimos cosas nuevas de esos productores: ejemplo a elaborar biol, por eso –ahora- todo lo que consumimos en la familia y vendemos en el mercado es sin químicos”, asegura Beatriz Sánchez, integrante del grupo.

Estos aprendizajes provocaron que las familias vuelvan a creer en sus posibilidades: se quedaron en su comunidad para “vivir de lo que da la tierra”, antes que migrar a las ciudades para trabajar en lo que sea, o mendigar por las calles, como lo hace un buen porcentaje de campesinos ecuatorianos. Con orgullo, contaron que van a la ciudad para vender sus productos, comprar cosas que necesitan; o de paseo.

Producir sin químicos
No es fácil mantener esa línea productiva, pues la industria de químicos bombardea al productor campesino y le ofrece alta rentabilidad para sus cosechas. Muchos de ellos sucumben ante la tentación, pero el grupo “Compartiendo una Esperanza” fortalece su opción y evidencia las ventajas que encuentra en “trabajar la tierra, respetando a la Pachamama”. “Aprovechar lo que da la naturaleza para beneficio nuestro y de ella, sin dañar el ambiente y la salud de las personas, eso es para nosotros producir agroecológicamente”, comenta Ángel Criollo.

Por su parte, Rosario Palate recuerda que en Condorahua cultivaban papa, maíz, cebada, trigo, lenteja. “Como no sabíamos el daño que nos hacíamos, usábamos los químicos 15-15 o el 48-0. Hoy, usando biol y lo que hemos aprendido de Agroecología, tenemos manzana, pera, tomate de árbol, guayaba, coles, granadilla, babaco, suquini, haba, lechuga, cedrón, toronjil, manzanilla y otros productos que consumimos en la familia y vendemos en el mercado. Nuestro sueño es que todos dejemos los químicos, porque solo así seremos una comunidad agroecológica de verdad”, afirma.

Preparar biol, como alternativa sana y económica

Dentro de la producción agroecológica, la elaboración de bioles es de suma importancia porque promueve la utilización de lo que se genere en la granja: desechos, rastrojos, estiércoles (cuy, vaca, chancho), elementos propios (hierbas amargas), sulfomag y roca fosfórica (productos que conservan su composición química natural, autorizada en la producción agroecológica) y que, generalmente, están en el entorno del campesino.

Introducir estas nuevas prácticas requiere un acompañamiento efectivo. “Al principio no entendíamos la utilidad del biol, ni cómo se preparaba; peor la dosis precisa para poner en las plantas. Un poco de desconfianza teníamos (hay gente que viene a ofrecernos tantas cosas)”, reconoce doña Rosario; “… pero poco a poco, yendo a giras de observación, viendo cómo lo hacían agricultores de otras regiones, asistiendo a capacitaciones que llamaba Swissad, fuimos aprendiendo a usar este abono orgánico”.

Doña Beatriz Sánchez repasa la preparación del biol: “tenemos un tanque de 200 litros (ubicado en un sitio fresco y ventilado); colocamos agua sin cloro (mejor si es de lluvia o de fuente) hasta las ¾ partes del tanque; ponemos el abono de gallina, vaca o de cuy; colocamos la alfalfa picada, la melaza, el sulfomag y la roca fosfórica. Esto hay que remover cada rato. Después, en agua tibia, se diluye la levadura y le ponemos al tanque. Se debe hacer un hueco en la tapa para colocar la manguera (de las que se usa en las cocinas de gas) con una botella con agua para evitar que los gases (que produce la mezcla) contaminen el ambiente e impedir que el aire entre al tanque”.

Ella misma completa el proceso de uso y aplicación del biol: “hay que cerrar bien el tanque y no tocarlo durante 30-45 días. Antes de usar el biol, debemos cernirlo y preparar la dosis, según el estado de la planta. Nosotros hacemos así: un litro de biol puro por cada 100 litros de agua (imagínese, dice, cuánta plata nos ahorramos). Llenamos la bomba y lo ponemos en las plantas 3-4 veces a la semana.”

Un aspecto importante a considerar es la dosificación adecuada. Los productores recuerdan dos experiencias de compañeros que pusieron biol puro en sus siembras y, por supuesto, lo perdieron todo. “A pesar de eso, dicen, la gente volvió a hacer biol y mejoró su aplicación; claro, con la debida capacitación que nosotros y la Facilitadora de Swissaid, Alicia Muñoz, les dimos”.

La utilización del biol es factible porque el campesino consigue fácilmente la roca fosfórica o el sulfato, pues en almacenes de agroquímicos se los consigue a precios bajos. De igual forma, algunos centros educativos, granjas, gobiernos provinciales o municipios los producen y abastecen al mediano y pequeño productor. Es decir, son productos sumamente accesibles. Tanta aceptación está logrando el uso de biofertilizantes por parte de los productores campesinos que, incluso, los mismos almacenes agrícolas lo expenden embotellado; por supuesto, a muy elevados precios.

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